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diumenge, 28 d’abril del 2013

LA TERCERA EDAD


Con los años nuestro cuerpo se va oxidando progresivamente y va cambiando de forma significativa, tanto a nivel físico como a nivel funcional. 




Eso nos lleva inexorablemente a necesitar unas atenciones específicas que hasta el momento no eran necesarias. 

Empezamos a notar ciertas limitaciones que no siempre aceptamos, lo cual, influye directamente en nuestro estado anímico, y por lo tanto, también en nuestra forma de relacionarnos social y afectivamente con los demás.

Nos encontramos, por así decirlo, con un gran contenido rico en experiencia, conocimientos y aprendizajes, pero con una forma en constante envejecimiento por el paso inexorable de los años.

Hemos alcanzado la cima en nuestra evolución psicológica, y a la vez, descendemos progresivamente al “nadir” de la vida desde la perspectiva más físico-biológica. 



La tercera edad es el núcleo de población correspondiente a la gente mayor a partir de los 70 años de edad aproximadamente. 
En cualquier cultura y sociedad, las oportunidades en este grupo de población se reducen considerablemente. 
Pierden rápidamente oportunidades de trabajo, actividad social y capacidad de socialización, y en muchos casos se sienten postergados y excluidos. 
En países desarrollados, pueden alcanzar un nivel de vida aceptable, si reciben subsidio del Estado y tienen acceso a pensiones, garantías de salud y otros beneficios, al menos hasta el día de hoy.

Pero eso, desgraciadamente, no cubre en absoluto todas sus auténticas necesidades, que más que de seguridad y nivel económico, son especialmente afectivas y emocionales. 



En muchos casos, de la pareja inicial, sólo queda uno de los dos, y en este momento, tiene una trascendencia muy importante. 
Las carencias afectivas, las necesidades de compañía y las emociones negativas respecto a sí mismos, les encierran en un mundo propio, que en muchos casos, no saben cómo manejar.

Entramos de lleno en cuestionarnos una simple pregunta:

¿Podemos hacer algo más por ellos?

A lo largo de nuestra vida rara vez hemos dedicado tiempo suficiente a pensar que nos ocurrirá al envejecer. 
Parece que nos da mucho respeto este concepto, y lo vamos postergando hasta que un día, nos encontramos de frente sin poder evitar tener que enfrentarnos a lo que nos va a llegar de todas formas.

Cuantas veces nos hemos dado cuenta de que ese temor a envejecer, ha influido considerablemente a que nuestra conducta con nuestros mayores sea puesta en tela de juicio.

¿Qué tiempo hemos dedicado a acompañarlos cuando teníamos posibilidades?

¿Hemos expresado lo que sentíamos por ellos?

¿Les hemos incorporado a nuestra vida y han formado parte de nuestro día a día con suficiente continuidad?

Y así, podríamos seguir haciendo muchas reflexiones interrogativas de lo que podíamos o no hacer o seguir haciendo.

No pretendo entrar en la controversia de hacer críticas o juicios valorativos de cada uno, sino más bien, plantear que actitud afectiva es la adecuada para ese grupo de edad avanzada que no dispone ya del mismo tiempo que nosotros.

Y de nuevo, la variable tiempo, es la que casi justifica todo lo que podemos o no podemos hacer. 
Si en muchas ocasiones, no tenemos tiempo suficiente para nosotros mismos, tampoco vamos a tener tiempo suficiente para los demás. 
Pero lo más curioso, es que “tiempo”, si tenemos, aunque sea poco.

¿Lo aprovechamos bien? Esa es la pregunta que deberíamos plantearnos y responder.

Como en todos los intervalos de la vida, en esta última etapa resulta necesario replantearse algunas actitudes y comportamientos que, en un futuro próximo, no nos generen sentimientos de culpa y malestar personal.

La vida tiende a nucleizarnos cada vez más, encerrándonos en nuestra familia más directa, dejando cada vez más los lazos fraternales y familiares de grado no directo.

La gente se siente mucho más sola que en ningún otro momento de la historia de la humanidad, aunque no lo exprese ni lo verbalice. 




Las conductas sociales y las pautas actuales de relación, no permiten en algunos casos según que actitudes emocionales y el problema derivado de esa presión normativa implícita, tiene sus claras consecuencias en el desarrollo de respuestas afectivas a nivel interpersonal.

No siempre es posible hacer lo necesario, pero lo que se pueda hacer siempre será importante si tenemos en cuenta la regla de oro, que no es otra que la que afirma que sirve mucho más la calidad de la relación ofrecida que la cantidad.

Cada vez la longevidad es mayor, gracias a las nuevas tecnologías y a los avances en salud de la medicina moderna, pero los sentimientos y los afectos son como han sido siempre. Cuantos más años pasan, más podemos necesitar saber que importamos, que aún nos necesitan y que por encima de todo, que desean nuestra compañía sin que ello suponga un problema para los que nos rodean.

Ninguna persona mayor quiere ser un problema, ni una carga, ni generar una forzada dependencia para con alguien. 
Sólo quiere sentir que aún tiene algo que ofrecer, que puede ser útil y que por encima de todo, agradecerá un trato afectivo y cercano por parte de los demás.

Ese momento, seamos o no conscientes, nos llegará a todos y cada uno de nosotros, y es por ello que debemos concienciarnos cuando sea el momento oportuno.

La pena y la culpa, no nos ayudarán a sentirnos mejor cuando ya no tengamos ocasión para poder hacer nada. 
Solamente recordaremos algunas situaciones y ya no las variaremos nunca más.

En la vejez, la prioridad más importante radica en intentar mantener lo que se ha ido acumulando a lo largo de la vida, es decir, en no perder aquello que tanto ha costado conseguir. 
Aceptar lo que viene y asumirlo, requiere un gran esfuerzo personal, que sin duda ninguna, puede ser mucho más fácil si uno se siente acompañado, comprendido y querido.

La idea de la enfermedad, el cansancio y dolor acumulados, y la posible muerte ya más cercana, impactan en la tercera edad sin ninguna duda. 
El tiempo deja de ser un tópico teórico para transformarse en una cuenta atrás que ya no es posible frenar.

Las realidades son sustituidas por los recuerdos y sólo queda una opción, esperar.

El cómo se viva esa espera dependerá tanto de la propia persona como de los que la rodean. Ahí es donde podemos hacer alguna cosa. Que cada uno decida la implicación que debe o desee sentir.

Por mi parte, y después de muchas conversaciones a lo largo de muchos años, creo conveniente sugerir que por poco tiempo que tengamos, siempre podemos dedicar una parte a alguien que queremos, aunque no sea necesario.

La libre elección de hacer algo porque así lo sentimos, es mucho más placentera y satisfactoria de hacerlo porque debemos. 
Que no nos perjudique el no haber sido capaces de concienciarnos antes.





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